Ciberseguridad

"Las plataformas sociales tienen una responsabilidad fundamental para salvaguardar la democracia"

El periodista David Alandete conversa con CSO sobre cómo las nuevas plataformas y la desinformación han transformado los modelos sociales y periodísticos tradicionales.

David Alandete

Fake News: la nueva arma de destrucción masiva es el nuevo libro del periodista David Alandete. Se trata una reflexión sobre democracia, periodismo, desinformación y tecnología. Al calor de las grandes plataformas de Internet y, sobre todo de la llegada del smartphone, se ha instaurado, dice, un nuevo modelo social en el que el ciudadano se crea su propio menú informativo. Un menú plagado de intentos de manipulación. 

 

Cuando habla de desinformación en España, sobre todo en lo referente al ‘procés’ catalán, lo hace sobre todo de dos medios de comunicación rusos como son RT y Sputnik. ¿Se puede cuantificar la influencia que tienen sus fake news en el país y en nuestros eventos políticos?

Según el Servicio de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN, dirigido por Janis Sarts,  y que, por cierto, testificó en el Congreso de los Diputados sobre la injerencia rusa en la crisis catalana, hay dos fases para la desinformación: la de la creación de noticias falsas y la de amplificación. De ahí se puede inferir un método científico para cuantificar la desinformación, lo que ayudaría mucho a los algoritmos de Facebook y Twitter a la hora de etiquetar a la información como tal. La segunda parte trata de cómo se logra que la desinformación llegue a mucha gente y cómo se sabe a cuánta gente ha llegado. Un estudio del MIT (Massachusetts Institute of Technology) dice que la desinformación se amplifica por la psicología humana más que por los bots. Habla de los factores de novedad y estatus. Si tú me dices algo que es obvio y ya conozco, para mí no hay novedad. Pero si me dices que Pedro Sánchez ha dimitido siendo falso, a ti te da un factor de estatus porque es algo que yo no sé y tú sí. Y yo lo comparto. Esa es la parte orgánica de la distribución de la desinformación. La parte no orgánica es el uso de redes de bots. Estas difunden contenidos para manipular a los algoritmos. A la hora de hacerlo, el volumen cuenta. Cuanta más gente da  likes o comparta noticias, más suben los algoritmos y más rápido y en mejor posición nos llegan estas noticias en las redes sociales.

 

Según cita en el libro, el 85% de las personas que comparte una noticia falsa por las redes sociales solo ha leído el titular. ¿En tres líneas esa gente ya ha podido ser ‘contaminada’?

Sí, la desinformación se distribuye fundamentalmente a través de titulares. Lo que hay por debajo no importa. Además, las noticias de este tipo de medios no suelen ir firmadas por los periodistas que las redactan. Introducen imágenes que no significan nada, no aportan datos… Y ya ni hablar de fe de erratas.

 

En cualquier caso, también es popular que estos medios se dedican a la desinformación y a la manipulación. ¿Su reputación, por tanto, no cae en picado?

Antes, la reputación de un medio era importante porque durante muchos años había un modelo de comunicación de masas que funcionaba bajo este baremo. Pero hemos superado el paradigma de la comunicación de masas. Durante muchísimo tiempo, el medio de comunicación controlaba todo el proceso de distribución de contenidos y llegaba a decenas de millones de personas. Ahí el prestigio era muy importante. Si el periódico El País, en el que yo trabajaba, publicaba una exclusiva, a su vez se estaba haciendo con un prestigio que generaba confianza. Si por el contrario, emitía algo incierto, afectaba muy negativamente a su imagen. Pero ese modelo ha quedado atrás y hoy tienes un lector que no recibe  un canal de información por parte de un medio. Lo que existe es la escucha activa. Es decir, tú eliges por la mañana que vas a leer lo que te mandan por Twitter, Facebook, whatsApp o Youtube y acabas generando tu propio menú. Y al final, no existe ese vínculo de confianza de siempre.

 

¿De quién es la culpa, de los medios tradicionales que antes ostentaban esa reputación, de las redes sociales o del ciudadano?

Es algo que me he planteado bastante. Y no es culpa de nadie. Se trata de un cambio de hábito. Del mismo modo que cuando se inventó la imprenta,  la televisión o la radio y el resto de medios cayó en crisis, no podemos luchar contra lo cómodo que se ha vuelto hacer todo con un teléfono en el bolsillo. Este no es un modelo que cambia Internet. Si te fijas, desde 1998 hasta 2008, Internet ha funcionado como medio de comunicación de masas. Es a partir de la generalización del móvil y las tabletas cuando cambia el modelo. Entonces, nadie tiene la culpa. Lo que hay es mala praxis por parte de las grandes plataformas. Con esto me refiero a todas las empresas que se financian a través de publicidad y distribuyen contenido. Ahí entran Google, Twitter, Facebook, Instagram… Los medios de comunicación están convergiendo hasta hacerse plataformas de distribución de contenido. También creo que a estos gigantes tecnológicos les ha faltado transparencia y actuar con rapidez. Los grandes medios tradicionales han carecido de una estrategia de negocio clara que haya puesto en valor el contenido.

 

¿Cuál es el rol o la responsabilidad del ciudadano, que es el objetivo de la desinformación?

El ciudadano nunca tiene la culpa. Sus hábitos de consumo no pueden considerarse erróneos. Existe una responsabilidad pública de asegurarse de que no hay manipulación en los medios. También hay una responsabilidad empresarial  de que el producto que ofreces es bueno. Están administrando datos nuestros muy personales. El lema de Google cuando nació era ‘Don’t do evil’ (no hagas el mal). Al fin y al cabo, si el ciudadano no está lo suficientemente educado es porque no le han enseñado y porque no ha habido las suficientes campañas de concienciación. Todos sabemos declarar impuestos y cuándo es la declaración de la renta. También lo que es legal y lo que no. Del mismo modo, todo el mundo debe saber qué es una noticia real y qué no. 

 

"A los gigantes tecnológicos les ha faltado transparencia y actuar con rapidez"

 

También hay una responsabilidad legislativa para estos gigantes de Internet.

Tienen que dar garantías de que no se está manipulando. Los padres fundadores de la democracia americana ya marcaron en el siglo XVII que la prensa es la administradora de un derecho que no le pertenece al periodista. Es decir, el periodista administra ese derecho que es de la sociedad como colectivo, que es estar bien informada para tomar decisiones. Esto lo dice Thomas Jefferson. Esto se aplica en todas las democracias de corte occidental. Es decir, la prensa tiene la obligación de ofrecer información fidedigna para que el ciudadano pueda tomar decisiones informadas. Esto no sigue igual porque hoy en día los medios de información son sobre todos tecnológicos y digitales. Pero las plataformas, cuando llega el momento de la verdad, dicen que solo son empresas de publicidad, no editoras. Pero sí lo son porque distribuyen contenidos que la gente escribe. Pueden modificar el titular y decidir a quién le llega, cómo le llega y por qué. Hay muchos legisladores que quieren que estas plataformas se comporten como editores y rindan cuentas como lo hace cualquier periódico o medio público.

 

Estas plataformas tienen claro que deben luchar contra el discurso del odio y los llamados ‘trolls’ de Internet, pero, ¿deben tomar cartas en el debate entre censura y libertad de expresión?  

La distribución de desinformación a gran escala tiene efectos que no son triviales. En Myanmar ha habido una campaña de limpieza étnica ejecutada, en su mayor parte, a través de mensajes en Facebook. Imagina lo que puede pasar con las minorías musulmanas o católicas en China. O en Arabia Saudí. Nosotros no sabemos muchas cosas que pasan porque no nos llegan. Las plataformas son responsables. Cuando se celebra el referéndum del Brexit se publican informaciones que defienden de forma fehaciente que se puede culminar sin ningún riesgo para la Unión Europea y para Reino Unido y que el país se va a beneficiar económicamente. Todo eran mentiras que fueron publicadas en Facebook y en Twitter y a las que nadie puso freno porque se pensaba que formaban parte de la libertad de expresión. Pero no se vendían como opiniones, sino como hechos. Esto es algo que el periodismo ha perfeccionado durante muchísimo tiempo. Los géneros periodísticos no son ninguna tontería. Además, si yo publico en mi periódico una información falsa, va con mi nombre y apellido y yo respondo ante ello; ¿por qué estas noticias no van firmadas en RT y Sputnik?  ¿Por qué nadie se hace cargo de ellas?

 

¿Qué poder tienen estos dos medios rusos?

Sputnik opera en 33 idiomas y RT tiene corresponsalías en Washington, Londres, Francia… El gasto estimado por parte del Gobierno ruso en estos dos canales es de unos 500 millones de euros anuales. El dinero que invierte la Unión Europea para combatir la desinformación es de un millón de euros, pero no al año, sino en un solo monto, y porque lo instó el Parlamento Europeo.

 

La manipulación de masas y la desinformación existen desde hace siglos. Pero, ¿en qué momento estalla el fenómeno fake news?

Estalla cuando empieza a tener efectos. Es decir, cuando el Brexit gana en el referéndum y cuando Trump hace lo propio en las elecciones estadounidenses de 2016. La gente se dio cuenta de que esto tiene efectos reales.

 

¿Ha habido algún evento político en los últimos años que no haya sido contaminado por la desinformación?

Sí, las elecciones en Alemania al Bundestag fueron especialmente destacables. Hubo amenazas pero Merkel tomó medidas.

 

"Las plataformas podrían acabar con las noticias falsas en sus servicios, pero buscan el beneficio por encima de todo"

 

Alemania es el país más puntero en esta lucha. Las plataformas solo tienen permiso para operar allí si colaboran con la justicia, llegado el caso.

Es un ejemplo, el modelo a seguir a nivel de medidas tomadas junto con Francia. Ahora, el país que mejor se ha aplicado y que su gobierno ha dado ejemplo es Reino Unido con Theresa May.

 

¿Se podrá frenar la desinformación y garantizar la celebración de elecciones transparentes, al menos en Europa?

Yo creo que esto es imparable. Va a seguir habiendo mucho volumen de fake news, lo que forma parte de lo que se llama guerra híbrida; mezclar operaciones convencionales y desinformación. Lo que no quiere decir que los gobiernos no estén tomando conciencia. Yo creo que las elecciones de Estados Unidos fueron un desastre. Tenían constancia de que Rusia había hackeado al partido demócrata y lo anunciaron en un comunicado. Ni siquiera alertaron a la propia candidata (Hillary Clinton).

 

Volviendo a la responsabilidad de estas plataformas sociales y a las medidas tomadas, Facebook, por ejemplo, colabora con medios de comunicación que hacen de verificadores de información.

Sus esfuerzos  son completamente insuficientes. Estas empresas son capaces de saber lo que voy a querer antes incluso de que lo sepa yo. Con ese nivel de sofisticación, ¿no son capaces, a estas alturas, de detectar una noticia falsa? Desde luego que sí. Podrían si invirtieran los recursos necesarios para ello. Pero al fin y al cabo son empresas privadas poco reguladas que acaban buscando el beneficio por encima de todo lo demás. Eso resulta muy cortoplacista, porque no genera buenas relaciones. Cada vez que Mark Zuckerberg (CEO de Facebook)  o Jack Dorsey (CEO de Twitter) han tenido que testificar ante las autoridades ha sido muy incómodo y se han resistido a dar su brazo a torcer.

 

De hecho, hace escasos días, Jack Dorsey hacía autocrítica de la estrategia llevada a cabo por Twitter. ¿Cómo valora a estos líderes?

Ellos mismos admiten sus errores. Dan palos de ciego. Hoy crean un proyecto de fact checking mañana un cazabulos y pasado mañana otra cosa distinta. Lo que les falta es creerse de verdad que son editores de información y que tienen una responsabilidad fundamental para salvaguardar la democracia.

 

A pesar de todo, estas plataformas siguen creciendo. ¿Por qué?

Yo creo que Facebook está un poco estancada, tiene serios problemas. Twitter es muy limitada…. Este panorama es muy aleatorio. Las plataformas que hoy se van a comer el mundo mañana pueden desaparecer. Pero los hechos no son transitorios. No importan las plataformas, sino los hábitos.



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